Un paciente de 57 años yace enfermo, sin esperanza, en la cama de un hospital. Diagnosticado de una enfermedad pulmonar avanzada, suplica a su mujer que le dé un cigarrillo, por increíble que parezca. El humo del tabaco ha devorado sus pulmones y la dependencia a la nicotina creció hasta la esclavitud, le sacrifica la vida.
Cuando los médicos hablamos del tabaco y de sus riesgos no debemos parecerles muy realistas a los fumadores. Es imposible hacer comprender tales riesgos sin mostrar personas que están muriéndose.
Todavía no se ha logrado responder a la pregunta de por qué la inmensa mayoría de los fumadores se hacen adictos a la nicotina y adquieren una conducta tan desadaptada que les lleva en muchos casos a la autodestrucción. Misterio, atractivo y desconcertante a partes iguales, y un problema, real y contaminado, cuando el mismo Estado que dicta normas sanitarias frente al tabaquismo, recauda miles de millones de euros con los impuestos de los cigarrillos.
No hay que andarse por las ramas. La Ley 28/2005, que regula actualmente las medidas sanitarias frente al tabaquismo, recoge la mayoría de las actuaciones que se han demostrado eficaces en el control del tabaquismo, pero la realidad tiene poco lustre. Todavía no se han alcanzado los objetivos que se deberían conseguir si realmente se quiere disminuir la prevalencia tabáquica. Con los datos disponibles en la actualidad, los resultados no sugieren un impacto positivo sobre los indicadores sanitarios de consumo de tabaco: la prevalencia actual de fumadores, ex fumadores y no fumadores se mantiene prácticamente igual a los datos de 2003, tanto en hombres como en mujeres, y queda sin aclarar suficientemente si se ha producido una disminución de la mortalidad asociada al consumo de tabaco.
Ojalá que la próxima entrada en vigor de la normativa que modificará la vigente ley logre proteger de manera efectiva a todos los ciudadanos contra el humo del tabaco y sus consecuencias.